Cartagena
El viento parecía tomar los cables del tendido eléctrico a su antojo, era como un niño pequeño con un juguete nuevo recién salido de la caja y entre tirones aprendía a jugar con él. Trataba de pisar fuerte sobre las charcas para no oír el rugido de lobo que cruzaba la avenida y que empujaba a los alerces que crecían al costado del camino de un lado a otro, me arreglé el gorro sobre mi cabeza tratando de capear las gotas que caían cada vez con más frecuencia y que parecían crear pequeñas piletas a lo largo del pavimento.
Caminé sin prisa hasta la playa de Cartagena, el agua amenazaba con cada minuto que pasaba con escapar del mar y viajar libremente por las calles, los puestos de comida temblaban ante este espectáculo, sus banderas se deshacían en girones de tanto agitarse y se rendían simplemente dejándose arrancar por el viento.
Metros más allá el rompe olas suplicaba clemencia ante la cada vez mayor cantidad de agua que debía retener, pero mi corazón llevaba una lucha interna aún mayor, me sentía vivo, enamorado y extasiado por su compañía, víctima de ese temblor de boca que solo te dan los besos de aquel ser que te roba el alma, mi mano sostenía su pequeña extensión en mí, era sin duda feliz, más allá de lo que yo mismo comprendía como significado de la palabra.
Estos pensamientos me atormentan constantemente ahora meses después ante la falta de ella.
Esa sensación eterna del vacío, de creer que nadie podrá llenar el espacio gigantesco que ocupo en el alma y que ahora solo cobija recuerdos marchitos.
¿Adónde van los te amo? ¿Los te extraño?, ¿en que parte del universo van a parar esas palabras? Quizás brillan en algún lado, alumbrando la noche de la persona que fui esa noche al tenerla entre mis brazos.
Pero sepan que no me arrepiento, el que no está dispuesta a romperse en mil pedazos jamás podrá saborear la extrema felicidad de amar a alguien, el honor de haber sido digno de la compañía de la persona que el universo decidió que te enamoraras.
El mar ya parece más calmo , lo miro a la distancia tratando de ver algún reflejo conocido; no puedo sino reír mientras el viento cálido de Diciembre golpea mi rostro entendiendo por fin que había crecido.