Allí
Sofia se había acercado bastante a nosotros en las últimas semanas, se podía sentir su espíritu doliente que como un cachorro buscaba el abrigo durante una noche oscura y eterna. Ella misma no sabía que decir, pero cerraba los ojos con cierto descanso una vez que uno le hablaba, disfrutando incluso cada letra de las palabras que estuviesen dirigidas a ella. Su corazón compungido se hacía sentir a nuestro alrededor dejando una estela de una sensación de abrigo como un huérfano jalando el chaleco de la persona que se va..
Y como una represa repleta de agua bastaron las palabras precisas para que sus ojos desbordaran todo aquello que había callado, todo aquello que soñó y que ya no está. Sentí que quería preguntarle a la vida ¿por que? Se esforzaba en suavizar su llanto con su largo cabello, tapándose la cara de vez en cuando.
Y simplemente la escuchamos, estuvimos allí, mientras ella viajaba con cada letra que salía de su boca y en cierta medida lo hicimos nosotros, nos sentimos dignos de confianza y sublimes en esos pocos momentos de la vida en la que una persona se abre a ti, se abre tal cual vino al mundo, sin nada que suavice su misma persona sin más pretensión que sacar ese enorme peso de su pecho.
Ella jamás volvió a tocar el tema, jamás vi sus ojos empapados otra vez, pero puedo jurar que cada vez que la observe se notaba más liviana, más en paz con el mundo. Tal vez jamás la vea otra vez, pero estuve allí y me atrevo a decir que nos recordará allá donde vaya.